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La cita se dió en la Paral·lel 62, donde ya nos sentimos en casa tras tantos conciertos el último año, y allí nacieron de nuevo emociones y vibramos alto con la cordobesa, quien se mostró emocionada por actuar en la misma sala en la que había sido espectadora de sus referentes, artistas como Duquende, Poveda y el homenaje a Enrique Morente. Está claro que Maria José ha bebido de la pureza del flamenco y lo lleva en la sangre. De hecho se mostraba agradecida a Barcelona precisamente porque fue donde recibió la formación académica musical en la ESMUC.
La velada del miércoles nos la regaló junto a Julio Martín (piano, sintetizadores) y Carlos Sosa (percusión, electrónica), un trío perfectamente conectado que permite situar la obra de la Llergo en ese punto de flamenco y electrónica, yendo más allá de lo que conocíamos como flamenco, donde no se pierde la potencia ni el matiz. Lo de la cordobesa es en realidad una revitalización moderna de la canción española.
Su sentido escénico fue de todo menos lineal. Al inicio de la noche Llergo rompió el silencio con Ultrabelleza, La puerta está abierta y Superpoder. Tras saludarnos empezó la intensidad, que duraría hasta el fin del encuentro. Fue entonces pasó por el dramatismo cantando Me miras pero no me ves tumbada en el suelo, del mismo modo que se marcó un spoken con el tema de Visión y reflejo llevando a su familia a un lugar ecléctico, más psicodélico, donde la atención quedaba robada totalmente por la propuesta diferencial de la cordobesa. Un bloque que no podía acabar de otra manera que con Mi nombre.
Más tarde, llegó El Juramento, Que tu me quieras y A través de ti. Apareció una silla en el centro del escenario cambiando el rollo, entonces nos contó que Malahe es sinónimo de libre porque cuando las mujeres no cumplen con lo que debería de ser para la sociedad hegemónica reciben esta palabra al aire, y eso, eso solo puede hacerle a la Llergo levantar la cabeza y saber que algo está haciendo bien. Así de rotundo, y así de clara nos presentó dicha canción hasta que llegó La luz dedicada a las mujeres de su vida, las palmas en Un novix y la belleza incalculable de Tanto tiempo, una canción que la artista compuso imaginándose un romance entre personas homosexuales en el siglo pasado, en la época en que nacieron sus abuelos, cuando sonaba el bolero de Sabor a mí.
El poder que emanaba la cantaora se lanzaba hasta la última butaca con Tencontrao, poderosa Lucha y la sofisticada Aprendiendo a volar.
Acababa la cita y fue cuando vivimos el momento más emotivo, el regalo de Maria José Llergo que seguro tardaremos en olvidar. La sorpresa llegó cuando la cantante interpretó su versión de Pena, penita, pena desde el patio de butacas. Ahí salió la cordobesa flamenca de los pies a la cabeza. Y esa pureza, es la que ojalá sigamos viendo a lo largo del gran viaje que le espera en el panorama musical porque como bien dices en tus entrevistas ‘hay una canción para cada momento y la música es una carrera de fondo’.
Gracias Llergo por mostrarnos esa belleza, por esa celebración del mundo diverso en el que vivimos, por tu forma de proyectar cosas bonitas. Crear música va más allá y esa extensión de ti, nos ha dado vida.
Ojalá como deseas “nos queramos tanto que eso nos impida destruirnos”.
¡Hasta pronto, cordobesa!