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05/05/2025No sabemos aún si fue un concierto, performance o misa pagana, pero lo de Rodrigo Cuevas el pasado viernes fue otra cosa. Tal vez una liturgia folclórica. Algo más. Algo que todavía nos tiene vibrando alto como si nos hubieran hecho un conjuro de alegría.
Dos noches consecutivas, todas las entradas vendidas y una ovación de casi cinco minutos dan la medida del fenómeno. Pero hay algo más difícil de contar y más importante que las cifras: la sensación de estar ante un artista que nos reconcilia con el mundo. Que convierte el folclore en fiesta, el dolor en danza, y lo rural en refugio.
El folk español hace añicos el armario cuando lo canta Rodrigo Cuevas. En Manual de Romería, su último disco, ha depurado años de trabajo, transformándose en un creador maduro, libre de etiquetas, que entrelaza tradición, electrónica, copla, cuplé y cabaret como si fuera lo más natural del mundo. Y quizás lo sea, si quien lo hace tiene el corazón tan desbordado como el suyo.
El espectáculo arrancó con “Más Animal”, y en ese mismo instante ya estábamos dentro. Cuatro bailarines y cuatro músicos le acompañaban en escena, pero era su energía la que nos arrastraba: magnética, provocadora, cercana. El repertorio se apoyó principalmente en los temas de Manual de Romería, pero también hubo espacio para rescatar canciones como “Arboleda bien plantada” o “Rambalín”, ese estandarte de justicia poética LGTBIQ+ que aún escuece por lo que denuncia.
Con castañuelas en mano, Rodrigo nos regaló una “Allá Arribita” que fue puro hechizo, y nos hizo cantar “Pa’ ver el mundo más bonito” como si fuera un conjuro colectivo contra la oscuridad. Durante el espectáculo, que no fue poco, nos habló en catalán con humor y cariño, compartió anécdotas de su etapa estudiantil, hizo un alegato en favor de los músicos callejeros —“a ver si se enteran que un Razzmatazz no se llena así por así”— y hasta invitó a desnudarse con “You Can Leave Your Hat On”.
Hubo lugar también para el homenaje a la ciuad condal con “Gitana Hechicera” de Peret, para la emoción compartida con la colaboración de María Arnal en “BYPA”, y para los bises de brilli-brilli, que incluyeron “Muiñeira Para Filla Da Bruxa” y un cierre vibrante con “Romería”. Y por si no era suficiente, el colofón fue “Woman del Callao”, transformando la sala Razzmatazz en un sambódromo espontáneo donde el gozo fue colectivo e imparable.
Rodrigo Cuevas aglutina a varias generaciones con una es una oda a la diversidad, a lo rural, a lo marica, a lo popular, a lo gozoso. Es resistencia con lentejuelas, ternura con beats.
Su propuesta es tan única que ya no cabe en solo una categoría. Rodrigo Cuevas empieza a ser, directamente, un género en sí mismo, fuera de norma. Y vivir una de sus romerías no es solo asistir a un concierto: es asistir a una revelación
Desde Metronome sentimos que vivir esa noche con Rodrigo Cuevas fue una de las formas más poderosas de reconciliarnos con el mundo. Un soplo de los que hacen falta para vivir. ¡Y nos hizo vivir!