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25/09/2025De TikTok a Barcelona hay un salto tan improbable como lógico. La historia de Ela Taubert, la cantante y compositora colombiana de 25 años que encontró en la plataforma la ventana al mundo tiene mucho de cuento digital y de carrera contrarreloj. Basta con recordar “Paso”, esa canción confesional que empezó como un desahogo íntimo y terminó multiplicándose en pantallas, para entender cómo una voz desconocida puede, en cuestión de meses, convertirse en eco global. Y el pasado jueves, ese eco resonó en Barcelona, en la sala Razzmatazz, como parte de un camino que recién empieza, pero ya promete ser luminoso.
La cita era en la sala principal, ese lugar mítico donde han tocado bandas de todos los tamaños y estilos, no estaba llena: apenas la mitad de su aforo se cubrió de público. Pero esa condición que en otro artista podría traducirse en desánimo, en Ela se convirtió en motor. Quizá porque sabe lo que significa empezar de cero, quizá porque entiende que cada mirada que la acompaña vale más que un número. O porque, en el fondo, aún canta como si siguiera en su habitación frente a la cámara de su teléfono, solo que ahora lo hace con luces, pantallas y un ejército de cuerpos vibrando con ella.
El público era joven, como me pensaba: una multitud de veinteañeros, muchos de ellos con el brillo ansioso de quien asiste a su primer concierto.
Había euforia contenida, saltos tímidos, teléfonos que grababan cada gesto, cada palabra... Pero cuando la música arrancaba, las pantallas se encendían y los ojos se clavaban en el escenario, como si todos entendieran que había un pacto secreto entre ella y quienes estaban allí: vivir el instante.
El concierto duró hora y media. Suficiente para desplegar un repertorio todavía breve, entre canciones propias y algún que otro cover que la acercó aún más a su gente. Si bien Ela está apenas tejiendo los primeros hilos de su carrera, demostró que tiene la capacidad de sostener un show con solidez.
Hubo momentos de vulnerabilidad juvenil, como cuando hizo un alto para hablar de su primer amor. La canción YO PRIMERO que le dedicó fue un nudo en la garganta colectiva: esas historias que todos guardamos en silencio y que de pronto alguien en el escenario pone en palabras, con una melodía que suaviza y al mismo tiempo desgarra.
Visualmente, el espectáculo fue sorprendente. Un diseño juvenil, colorido, cargado de dinamismo y guiños contemporáneos.
La frescura y el encanto de alguien que está experimentando con sus formas de expresarse. Ese riesgo fue lo que lo hizo tan atractivo y en rosa, ¡me encanta!
Las proyecciones, muy chulas con foto, videos, pero eso si el de las luces estaba un poco perdido ya que había momentos en los que no enfocaba al artista, y las luces estaban en un lado y la artista en el otro.
Uno de los aspectos más valiosos de la noche fue la autenticidad de Ela sobre el escenario. En su forma de dirigirse al público muy cercano como si estuviera hablando con sus amig@s, eso se agradece, de hecho, al acabar bajo al foso para saludar a los fans que estaban más cerca. Sonreía, agradecía, dejaba que el acento colombiano coloreara cada palabra. Esa naturalidad es parte de su marca, la misma que la llevó a conectar en redes y la que ahora sostiene frente a una sala como la del Razz. En tiempos donde muchos artistas nacen en la virtualidad y batallan por convertirse en presencias tangibles, Ela demuestra que puede habitar ambos mundos con la misma coherencia.
Quizá lo más llamativo fue cómo la aparente contradicción —una sala a medio llenar, un público entusiasta pero todavía pequeño en número— se convirtió en virtud. Lejos de esconder la realidad, la potenció. Esa sensación de estar presenciando algo íntimo, casi secreto, como si cada asistente hubiera sido elegido para compartir un primer capítulo. Hay conciertos multitudinarios que se olvidan a la semana, y hay otros modestos que se quedan grabados en la memoria para siempre
Mientras avanzaba el set, Ela fue desplegando su arsenal emocional. “Paso” llegó por supuesto eso si la última, yo uno más gritándola con todas las ganas, me encantó ese momento.
Al final, lo que quedó flotando en Razzmatazz fue la certeza de que estamos asistiendo al nacimiento de una artista que aún no conoce sus propios límites. Que puede pasar de la intimidad de TikTok a un escenario europeo con naturalidad, sin traicionarse. Que sabe transformar un medio aforo en un espacio pleno de energía. Que, a pesar de tener apenas un puñado de canciones, ya posee la capacidad de sostener hora y media de emoción.
Barcelona fue, entonces, una estación más de un viaje que apenas comienza. No fue un triunfo arrollador ni un espectáculo masivo, pero sí fue un encuentro cargado de verdad, de esa verdad que a veces es más difícil de encontrar que la fama. Y para quienes estuvimos allí, quedará la sensación de haber sido testigos de algo pequeño pero crucial: el momento en que una voz nacida en las redes demostró que también sabe respirar en carne y hueso.
Porque Ela Taubert no llenó la sala. Llenó, en cambio, a quienes la escucharon. Y, al final, ese es el único lleno que importa.
Autores de la crónica

Nur Ribas
Desde pequeña y de manera intuitiva, me ha interesado el acto de capturar momentos y conservarlos, para que no desaparezcan. Estudié Historia del arte, conservación de archivos fotográficos y música, pero es al fotografiar conciertos y artes escénicas cuando siento una felicidad más genuina. Las artes nos alimentan y con ellas ¡resistimos!

Pitu Sitges
Profesional del fitness y un loco apasionado de la moda y la música, soy un disfrutón y me encanta ver feliz a la gente. Los estilos musicales con los que más me identifico son el Pop y todas las vertientes del techno, aunque me gusta escuchar de todo, creo que hay canciones para todo tipo de situaciones.