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21/02/2020Era la primera vez que asistía a un concierto como periodista y ya en el metro empecé a notar cierto nerviosismo positivo recorriendo mi cuerpo. Mi pierna se movía acompasada con el ritmo de Cold blue rain del álbum Blossom (Lichtdicht Records, 2017), de Milky Chance. Esta es la canción con la que conocí al grupo alemán hace un año y medio. Recuerdo que estaba atravesando una ruptura y un viejo amigo encontró el momento para mostrarme los acordes tristes de Cold blue rain. Entonces, volviendo de mi flashback y llegando ya a la Sala Razzmatazz, me di cuenta de que todo encajaba.
La sala estaba llena de gente joven con vasos de cerveza entre sus manos, creando un clima totalmente despreocupado. En esos instantes, las sonrisas y la inquietud contribuían en generar un ambiente cálido, incluso veraniego, que se contraponía al frío en las calles. Los idiomas, los acentos y los estilos se entrelazaban: todo el mundo puede sentirse identificado con las letras de Milky Chance. Había algo que nos unía a todos: estábamos totalmente dispuestos a bailar con vitalidad la nostalgia desprendida en las canciones del grupo alemán.
Y es que Milky Chance acoge a todo aquel que quiera ver brillar sus cicatrices y celebrar el dolor con el arte musical. Clemens Rehbein salió al escenario sin previo aviso, con su clásica aura indie y yo tuve la suerte de verlo desde las primeras filas. El cantante entonaba “Fallen” con los ojos cerrados mientras una gran luna azul brillaba tras él, en honor a su último álbum Mind the moon (Universal Music Australia, 2019). La escenografía era sencilla, pero el juego de luces representaba a la perfección la esencia del grupo alemán: todo estaba iluminado de azul, pero los artistas destacaban en un fuerte color rojo. El público cada vez vibraba con más fuerza y sus cuerpos se aceleraban al ritmo de la canción. Cada persona allí parecía profundizar, cada vez más, en un viaje a su interior, consciente de que aquellos recuerdos rotos, a los que Milky Chance se refieren, estaban bailando libres con la nostalgia de los demás asistentes y de los propios artistas.
De repente unos toques electrónicos anunciaron la llegada de Fado y las luces azules y tristes cambiaron a un color verde esperanza. Rehbein y Phillipp Dausch cantaban acerca de lo que significa para ellos Fado: cuando los pájaros ya no saben cómo cantar, cuando te duele tanto, tanto… Al final cantas a tus penas y bailas bajo una luz que, en cierta manera, indica que todo puede ir bien. Rehbein se mostraba activo, feliz y a la vez ensimismado en esa atmósfera de añoranza y regocijo, celebrando nuestra emoción de verles tan cerca.
Durante el directo se pudieron apreciar a la perfección todos los contrastes que definen a este grupo: ritmos de folk, rock, pop, reggae, electrónica; y emociones como la amargura, tristeza, esperanza y la celebración. Milky Chance crea un sorprendente buen rollo recitando odas tristes.
Sebastian Schmidt estaba detrás, concentrado con su batería y Antonio Greger iba y venía, del teclado a la armónica, de detrás a delante. Phillipp Dausch iba descalzo y mientras acariciaba el bajo con extrema delicadeza, regalaba sonrisas, aún con más frecuencia cuando tocaron la mítica canción Down by the river de su primer álbum, Sadnecessary (Lichtdicht Records, 2013).
Cuando sonó Oh mama las luces se volvieron amarillas transmitiendo positivismo mientras el grupo entonaba una melodía a un amor que duele. Y entonces pensé que seguro que todos en esa sala teníamos a alguien en mente a quien dedicarle esta canción. Poco a poco, los instrumentos nos avisaron, con simpleza, de que llegaba Scarlet paintings. Dausch movía la cadera a ritmo suave, con expresiones muy sentidas y las luces moradas y azules nos retenían en esa atmósfera nostálgica, donde éramos libres de bailar sin complejos.
Entonces llegó el momento de hablar un poco. Rehbein explicó que cada entrada comprada significa la plantación de un nuevo árbol, lo que provocó un aluvión de aplausos en el público. Entonces Dausch agarró su vaso y se sentó, mientras Rehbein volvía al micrófono y Greger agarraba su mítica armónica. Cuando llegó loveland, también del álbum Sadnecessary, Rehbein, como las luces, se puso mucho más intenso y con sus palabras “we were so in love” nos invitó a volver al aura melancólica que, a priori, les caracteriza. En la siguiente canción Greger provocó una enorme explosión de gritos y reconocimiento tras su solo de armónica. Dichos aplausos y gritos aumentaron, aún más, cuando el público comprobó que Milky Chance tocaría flashed junk mind, también de Sadnecessary. Flashed junk mind, que habla sobre aquellos tiempos felices cuando éramos unas almas inocentes, sonaba entre un público formado por personas que, en su gran mayoría, ya hemos comprobado que la vida no es un cuento de hadas. Y estas almas, ya curtidas, bailábamos, cantábamos y sonreíamos en un entorno que nos acunaba.
Entonces, del mismo álbum, llegó por fin Stolen dance, y con ella, otra historia triste sobre el amor. Pero este tema no podía faltar, cuando lo interpretan en sus directos recordamos de dónde vienen y el antes y el después que marcó esta canción, pues les impulsó directos a la fama. Y seguro que lo recordaban en aquel momento: de dónde vienen y dónde están ahora. Dausch reía cada vez más hasta explotar en una espontánea carcajada y miraba a Rehbein con complicidad. El concierto iba llegando a su fin y los artistas nos deleitaron con momentos que brindaron a los fotógrafos la oportunidad perfecta: Rehbein llegó a una especie de catarsis acompañado de la guitarra y des del suelo reía sin dejar de tocar. El público estaba feliz: Milky Chance ayuda a depurar el alma.
Cuando acabaron de tocar, Dausch se quedó un ratito más regalando púas al público. Empezó a llover en el escenario en forma de camisetas que Dausch firmaría encantado junto a fundas del móvil, papeles, discos, etc. El público se mostró entregado des del principio hasta el momento en que los artistas abandonaron el escenario. Los asistentes estaban eufóricos por el tremendo bolo vivido y los artistas parecían muy agradecidos por el calor recibido y por estar donde están. Poco a poco la sala se iba vaciando y aquel lunes de invierno acabó teniendo el sabor de un sábado tropical.