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11/10/2018Petits Camaleons 2018 – Segundo día
13/10/2018Eran las 12 y media y una cola quilométrica se podía divisar ante la Carpa Arborètum. La jornada iba a empezar con los Pot Petit y nadie quería perdérselo. Pequeños (y no tan pequeños) abarrotaron en cuestión de minutos uno de los escenarios principales de este festival.
Mientras se aproximaba la hora de inicio, y mientras acababan de entrar los últimos de la fila, un público, impaciente, esperaba coreando la banda sonora de Dragon Ball en catalán (entre otros). Sorprendía que fueran más padres que hijos los que estuvieran dejándose la voz con aquella play-list previa al concierto. O quizás no sorprendía, eran (y son) himnos.
Ahora sí, empezaba el espectáculo, empezaba Petits Camaleons. Dos niños de la misma edad que los del público (como tiene que ser) inauguraban el festival y presentaban al Pot Petit. Quizás es una expresión que se puede ir repitiendo a lo largo de toda la crónica, pero bueno, fue un momento adorable.
El Pot Petit, al ritmo de su “funky universal”, hacían bailar a todos los niños de una carpa que se divertía disfrutando de un festival exclusivamente para ellos. El señor pingüino y otros personajes también aliñaron el concierto cuando salían del “Pot Petit”, un hinchable de un bote gigante situado junto a la batería.
Ramon Mirabet empieza puntual, con Carpe Diem, preguntando a los niños si están despiertos. Son las 11:30 y no se puede empezar mejor que animando a vivir la vida. Incluso hay un momento en el que demuestra confiar tanto en su pianista que le tapa los ojos con las manos. Los niños y niñas saltan. Ya llevaba meses sin ver a Ramon Mirabet en concierto, y parece que se ha vuelto más indie, pero no empeora, ni decepciona. Sigue a tope, y se nota. Es uno de esos músicos de la tierra que cuando uno pasa cierto tiempo sin escucharle en directo acaba hasta pareciendo raro. Y se hizo la luz con Midsummer Night a golpe de bombo. Qué ironía. No podía faltar tampoco el single de su segundo disco Home Is Where The Heart Is. Acaba el concierto de media hora.
A las 12 justas del mediodía teníamos una cita en el Espacio de la Caixa con Hora de Joglar. Con una épica entrada entre el público donde pudimos ver a una niña que quedaba rodeada de los vientos y sonreía sorprendida y flipando de lo que sucedía y sonaba a su alrededor, los juglares del swing y rockabilly ofrecieron un directo potentísimo a un público algo más grande que el anterior, pero con las mismas ganas (y energía) de seguir pasándolo genial.
A pesar de que no había mucha gente, el hecho de entrar y acabar el concierto entre sus espectadores fue un punto muy a favor, cosa que la gente valoró y ovacionó al final del espectáculo. Nadie pudo dejar de bailar.
Natxo Tarrés & The Wireless empiezan con una explicación de quien es Marley, mientras suenan los acordes de Natural Mystic. La vibra que se respira, incluso entre los más pequeños, es de ensimismamiento absoluto. Es gracioso y bonito pensar que para algunos de los asistentes, es probable que estén escuchando este género por primera vez, y desde luego no podía haber sido mejor que con Natxo Tarrés y los Wireless. Un buen Three Little Birds, globos de colores flotando y unos críos que no han escuchado algo así en su vida dan pie para pasar a otro clásico, Waiting In Vain, en una carpa que cada vez está más llena. Seguimos con I Wanna Love You en un no parar de bajos graves y ritmos calmados. Y no puedo evitarlo, me siento como un crío escuchando los temas de Marley por primera vez, como en el coche de mis padres cuando era pequeño. Mientras toca Jamming una madre me pregunta si voy con el grupo, se lo dan a entender mis rastas. Realmente podría decirse que aquí, soy un periodista infiltrado. Obviamente no puedo evitar darle referencia de la web. Acaban el concierto presentándose la banda entera tocando Could You Be Loved, uno de los últimos trabajos de Marley.
Ella, Marta Knight, una Fender Telecaster y un amplificador VOX. Calidad en las tres. A las 12 y media tocaba Marta Knight en la Aula Menuda, un espacio íntimo y recogido para disfrutar de aquellos artistas o cantautores más tranquilos. Algo sorprendente y que refuerza esta idea es que la sala tenía una doble entrada vigilada, para que no estuvieran las puertas constantemente abriéndose y, así, se pudiera resguardar el sonido y la intimidad de la que se caracterizaba esta sala, con el resto de espacios y conciertos de fuera.
Había niños muy pequeños viéndola. Sorprendía que, a pesar de que la situación y su voz invitaban a relajarse y hacer un descanso (quizás una mini-siesta), estos niños atendían y se quedaban boquiabiertos mirándola y escuchándola.
Un hombre joven, Matthew McDaid, con una guitarra y una harmónica de cuello al más puro estilo Bob Dylan, así como a mi compañera Alejandra haciendo fotos, es lo primero que veo al entrar en el Aula Magna. Él sólo se está llevando a todos los críos que había allí de calle. Resulta que el chaval es catalán. Les pregunta a los niños que en qué idioma está cantando. Reconozco no reconocer ninguno de los temas que está tocando, aunque alguno me suena haberlo escuchado antes. Lo que sé seguro es que ha sido todo un descubrimiento musical. Y sin duda alguna, también es de estas tierras. En un momento el concierto ha llegado a su punto álgido, de una forma tan sutil que de repente nos hemos visto envueltos en un rasgado de guitarra brutal. Y así pasamos al siguiente tema, una balada para calmar ánimos. Con la tontería, unos niños se acaban montando un fuerte de cojines al que se echan con alegría y poco después, el concierto termina.
Volvemos a la Carpa Arborètum. Ahora tocaba uno de los conciertos clave. Apetecía para hacer hambre hasta la hora de comer y por el buen rollo que transmite en todos sus conciertos, tanto él, como su música. No podemos estar hablando de otro que de Nil Moliner.
A pesar de que en formato reducido, se supo ganar al público desde el minuto 1 con sus versiones de “Sol, solet” o “La luna, la pruna” en ska. Creó un ambiente muy festivo y los niños llenaron la zona con césped artificial reservado para ellos para bailar y cantar sus canciones.
A medida que iba avanzando el tiempo, empezó a llenarse cada vez más la carpa de aquella gente que había decidido comer antes. Fue un concierto con una respuesta brutal por parte del público que, a pesar de no ser mayoría, fueron los padres los que demostraron que se sabían todos sus temas.
Otro joven de Catalunya, The Bird Yellow, esta vez tocaba folk. Recuerda ligeramente a Tom Odell en estilo, él sólo con su guitarra se bastó para dejar alucinados a críos que no paraban de moverse al ritmo de la música.
Era una hora complicada, pues todo el mundo había marchado a comer y las aglomeraciones se encontraban en los food-trucks. Aún así, Biflats ofrecieron un show único, que dejó boquiabiertos a todos, incluso a un servidor. Bien, quizás quedamos boquiabiertos porque no entendimos del todo la entrada, pero fue un espectáculo único, sin duda.
Empezaron por detrás del público y, como si del final de una boda se tratara, con una comitiva de familiares y amigos que acompañaban a la pareja. Sin dejar de tirar arroz, subieron al escenario y ofrecieron un concierto de música balcánica increíble. La sensación de la gente era de sorpresa ante el gran jaleo que montaban, pero nadie puede decir que salió con más expectativas de las que traía anteriormente.
Crítica social, un artista tocando en silla de ruedas y el cantante paseándolo por el escenario (sin dejar de tocar, éste), ratafia y muchas risas caracterizaron una media hora que, a pesar de parecer difícil de cubrir, garantizó la continuación más enérgica posible de la fiesta.
Llegamos poco antes de que empiece el concierto. Un integrante de los Mighty Might, que va, como todos los demás, al más puro estilo Hermanos Blues, presenta al grupo así como a la cantante, Atenea Carter, y empiezan con un ritmazo que hace que dos críos se pongan a correr persiguiéndose delante del escenario. Su concierto se mueve entre el Soul, el Blues, el Rock y el Funk. No cabe duda que tienen estilo. Atenea me recuerda a una joven Aretha Franklin. Es más, en algunos momentos, incluso parece llegar a notas imposibles.
Después de una franja horaria sin conciertos para coger fuerzas y seguir, Jordi Lanuza ofrecía un íntimo concierto en el Aula Magna. El hecho de que la sala estuviera escalonada hacía que todo el mundo estuviera sentado en el suelo y diera una imagen muy cercana y de mucho relax. Su música también acompañaba este ambiente somnoliente. La gente justo acababa de comer. La sala también daba lugar a que Jordi pudiera interactuar con el público y hablarle de tú a tú, como hizo. Sólo estaban él y una guitarra. Bien, y unos pedales que conseguían un sonido que se emparejaba perfectamente con su grave voz que hacía a todo el mundo sentirse muy a gusto. Era un concierto bastante tranquilo pero agradable. Los niños, aunque estirados en un pequeño espacio reservado para ellos, escuchaban atentos y parecía que les estaba gustando. A los padres también. Alguien dormía, claro. Parecía, sin embargo, que más padres que niños. Uno de los momentos más íntimos fue cuando cantó una “carta de amor futurista” a su hija. Fue una canción “tranqui”, como dijo él. “Cómo todas las suyas”, matizó. Los padres, aun así, se sintieron muy identificados y se notaba como disfrutaban sentimental y personalmente de la letra.
Salen silenciosos, tímidos. El Petit de Cal Eril, otro grupo que no conocía. Su estilo es interesante, una especie de Indie Rock Psicodélico en catalán. Estarían entre Gum y otro grupo que no me viene a la mente. Sorprendente, muy sorprendente. Reflejos verdes, azules y rosas se dejan ver en un triángulo formado por otros cuatro. Son 5 músicos, todos vestidos de blanco. Sí, la psicodelia es intensa hasta el punto de que el cantante nos invita a formar parte de una masa metafísica de materia en la que todos podemos ser chupa-chups así como globos, o cantantes. Descubro entonces, al moverme un poco, que el grupo tiene dos baterías (un pedazo de telón me tapaba a una de ellas). ¿Guiño quizá a la mítica banda inglesa llamada King Crimson? Se notan las influencias, las respetan, saben como aprovecharlas para crear cosas nuevas. Otro gran descubrimiento de hoy sin duda alguna.
Uno de los grupos que retomaba la actividad por la tarde fue Karaokes Band. Con un potente espectáculo repleto de versiones, invitaron a pequeños y grandes a subir al escenario y cantar canciones “de toda la vida” y conocidas por todos. Tuve la sensación que los padres se lo estaban pasando mejor que los niños, pero era recíproco, y esto hacía que los niños disfrutaran más. Después de un inicio funky del concierto, se pudieron escuchar temazos cómo Bon dia o A quién le importa.
Me dijeron que Marcel Lázara y Júlia Arrey eran unos hippies, así que fui directo hacia allí. Marcel era el guitarra y cantante de Txarango, que dejó el grupo y se fue con su novia, Júlia, a Brasil a vivir durante dos años. Al volver montaron el grupo. Pese a notarse la reminiscencia a Txarango, como bien apunta a un colega que me he encontrado trabajando aquí, su sonido es bastante auténtico.
Uno de los grupos que causaba más expectación por cómo sería su espectáculo de rock en Petits Camaleons era Ebri Knight. Nadie sabía decir como recibirían niños de entre 3 a 5 años (de media) un potente directo de punk celta hooligan. ¿Habría pequeños ebri hools?
A las 17:30, en la Carpa Arborètum, se apagan las luces y mientras suena el himno de la CNT, salen al escenario. Y a ritmo de Carnaval, pusieron en marcha un increíble show en el que los niños, como era de esperar, fliparon de manera descomunal. Los niños parece que hacen “pogos” y todo. Los padres se enorgullecen y sienten muy satisfechos de haber traído a sus hijos e hijas a un concierto como este.
Diferente a todos los anteriores artistas que habían pasado durante todo el día por allí, descargaron toda su energía sobre un público que, al acabar, se puso en pié (padres, sobre todo) para aplaudir a los maresmencs. Incluso, desde el backstage, pude escuchar a uno de los organizadores de Petits Camaleons como decía “¡Qué épico!”.
Dos guitarras y un instrumento que no sabría como denominar forman Marala, el instrumento desconocido es una especie de pandereta enorme y cuadrada. Bien parece una celebración pagana, de hecho hasta me recuerda ligeramente a algunas canciones celtas. El grupo lo forman una valenciana, una mallorquina y otra mallorquina, se les nota en el acento. Las tres voces juntas en distintas notas así como los canon que hacen a veces armonizan de maravilla, combinados con algunos sonidos naturales, un puntazo.
Lo más grande, para el final. Así se despedía el primer día de festival, con los míticos Jarabe de Palo. Un concierto muy emotivo y personal, en el que un Pau Donés muy cercano, acompañado de su teclista, repasaba todos los grandes éxitos de la banda.
Estaban en el Auditorio principal, y los niños se acercaron todos al escenario hasta que hicieron bajar al artista a cantar con ellos. ¡Se las sabían todas! Pau dejó el micrófono a alguno de los más pequeños y cantaron a la perfección estribillos míticos como el de La Flaca.
Todo una experiencia para recordar y uno de los momentos más sentimentales del festival. La gente se despedía del primer día de Petits Camaleons con un gran sabor de boca.
Último concierto del día, Intana, en el mismo espacio temporal pero en un espacio físico distinto, el cansancio se nota, suenan los primeros acordes de una música tan chill que los niños que hay delante empiezan a estirarse después de un largo día de conciertos alucinantes. Algunos de ellos, no contentos con la vista que tienen, cojín en mano, se mueven hacia otro lugar del que disfrutar mejor del concierto. El estilo es hasta cierto punto psicodélico, el sintetizador (o al menos, creo que lo es) acompaña a tal efecto. Tenemos también una guitarra eléctrica y otra clásica, esta última tocada por la cantante, y una batería pequeña, que a golpes de bombo se encarga de despertar de vez en cuando a los críos más adormecidos de forma suave.
Texto: Pol Viedma y Víctor Gallardo Fotos: Carla Sam y Ale Espaliat