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14/09/2020El festival Nits del Fórum se abre delante nuestro en su componente sólido y remanente – porque no podemos olvidar que lo más importante de un festival de música es… bueno, efímera e incontenible, la música – un recinto de césped artificial, mesitas con la debida separación y alguna barra, escenario con bóveda y la propia arquitectura del Fórum de Barcelona como gradas. Es en estas gradas, bajo un árbol (mejor decisión que podíamos tomar y aún ni lo sabíamos), desde donde veríamos los acontecimientos de la noche.
Entre el viento y la llovizna, que empiezan a avisar que también tienen entrada al concierto, se alzan bajo los focos Play the Game, banda tributo a Queen, esperando solo dos canciones para lanzarse de cabeza a Bohemian Rhapsody, muy ambicioso por su parte quemar las cartas más potentes tan temprano en la velada, teniendo en cuenta que una gran parte de la población (y sospechamos que de los presentes) descubrieron o redescubrieron el legendario grupo gracias a la película homónima de 2018 que trata la vida de Freddie Mercury, vocalista principal de la banda.
A medida que aumentan los mililitros por metro cuadrado, disminuyen nuestras expectativas; parece ser que el imitador de Freddie, Ignacio Rosselot, evita todas las notas que hacían de Mercury un divo de ópera. También es posible que Ignacio tuviera un mal día, ya que su promotora describe su interpretación de los éxitos de Queen como “con toda la energía y genuflexión que pide la realeza”. Hay que notar, por eso, que los músicos hicieron un trabajo que hacía justicia al grupo original; no todo es siempre Freddie esto, Freddie aquello.
Sin embargo, Austro, el dios griego del viento del Sur y de las tormentas de final de verano, tenía ansias de protagonismo: por la mitad de Radio Gaga, apenas la quinta canción, empieza el segundo Gran Diluvio Universal y gran parte del público se marcha en estampida a buscar alguna especie de cobijo. Para los que permanecen, les quedará el recuerdo para siempre de la danza frenética, calados hasta los huesos, y la escena entre épica y tristemente cómica de Show must go on, que – coincidencia o no – fue el toque de gracia de entre las pocas canciones que pudieron interpretar.
Después de eso, aunque el público, que llegados a este punto se hallaba apelotonado delante del escenario con 0 consideraciones por la distancia de seguridad, intentando buscar amparo, pedía más cual niños a los que les han quitado su caramelo, la banda, a regañadientes, se rindió ante las peticiones de los técnicos que alegaban problemas con el agua y la electricidad, y fue aquí cuando decidimos que era el momento de correr bajo las gotas furiosas para intentar salvar cámara y equipamiento y quedarnos con el sabor de ese hormigueo entre absurdidad y surrealismo.
Llegamos, pues, al Museu Blau, con las zapatillas metamorfoseadas en acuarios, donde montamos una sesión improvisada de fotos, de las cuales solo se salvaron unas pocas que os dejaremos en la galería y que nos hicieron entender por primera vez la decoración del techo; los reflejos, con la oscuridad justa y la luz adecuada, filtrada por la lluvia, así como un poco de imaginación, asemejan una mala mar, ligeramente crispada, con la luz de luna como mantilla.
Texto: Fiona Rabascall Bohan