
Boye, hemos venido a jugar
26/05/2025Lia Kali lleva tiempo construyendo un universo propio desde el margen: un lugar donde conviven la música urbana, el soul desgarrado y la vulnerabilidad como bandera. Tras arrasar en Madrid, se prestaba durante dos noches consecutivas en la Sala Razzmatazz de Barcelona. Lo que parecía una celebración en casa, sin embargo, no fue fácil. La propia artista compartió al día siguiente que justo antes del concierto del jueves había sufrido uno de los ataques de ansiedad más intensos que recuerda. Aun así, decidió subirse al escenario. Y lo que ocurrió fue, sencillamente, inolvidable. El calor del público fue tan abrumador que por momentos casi se podía tocar. Dos mil gargantas acompañando cada palabra, cada verso, como si cantaran para sostenerla.
Desde que se apagaron las luces, el público no soltó la mano de Lia en ningún momento. Ya con los primeros versos de “No puedo” y “Turbulencias” quedó claro que aquello no era solo un show: era un acto colectivo de cuidado. La gente coreaba cada palabra, a veces incluso por encima de la propia voz de la artista. El apoyo fue tan rotundo que llegó a tapar, en algunos momentos, las armonías del trío de coristas, pero resultó clave para sostener el viaje emocional que Lia tenía por delante.
Durante casi dos horas, la cantante desplegó 31 canciones que recorrieron sus distintas etapas, colaboraciones y emociones. Sonaron con fuerza temas como “Con tu collar”, “Me hace mal”, “Veneno”, “Fosforito” o la poderosa “Contra todo pronóstico”. El repertorio incluyó también espacios de palabra donde Lia compartió sueños, procesos y pensamientos, sin filtros. Habló de salud mental, de los monstruos que no se ven, de la ambición que se transforma en fe, y del miedo que a veces solo se supera gracias a los demás. “Gracias por hacer que mis padres estén orgullosos”, dijo en uno de los momentos más emotivos de la noche. Y la ovación fue inmediata.
El punto álgido de energía llegó con “Alzo el vuelo”, donde la sala estalló en saltos y gritos. Y uno de los momentos más mágicos fue “Para aguantar”, que el público cantó a capella, convertido en una sola voz que abrazaba a Lia desde abajo.
Una de las sorpresas de la noche fue la aparición de la rapera Elane en “Falso”, la única colaboración en vivo. El resto de featurings —con artistas como Acción Sánchez, Dellafuente, FernandoCosta, Nanpa Básico o Eladio Carrión— se resolvieron con voces pregrabadas. Aunque comprensible por la complejidad del repertorio, fue quizá uno de los elementos menos orgánicos del show. En contraste, la conexión con Elane evidenció lo potentes que pueden ser esas colaboraciones cuando se dan en carne y hueso.
Más allá de lo musical, lo que se vivió en Razzmatazz fue un acto de resistencia emocional. Lia Kali demostró que se puede cantar desde el temblor, que el escenario también puede ser un lugar para sanar, y que a veces basta con no estar sola para seguir.
Nunca sabemos qué emociones nos atravesarán mañana, pero lo que sí tenemos claro es que, con cada paso, Lia Kali confirma que su camino es fruto de una convicción profunda. Como explicó desde el escenario, a veces es necesario romperlo todo y empezar de cero, como hizo al desechar el disco que ya tenía terminado junto a Toni Anzis. Lo hizo por fe, no por ego. Por creer en algo más honesto, más suyo. Y esa fe es la que la mantiene firme. Esas dos noches en Razzmatazz quedarán como prueba de que se puede renacer en medio del caos. Y de que, a veces, basta una canción para seguir adelante.