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11/02/2020Si hay un lugar en el mundo (o al menos en Barcelona) que merece acoger la voz de Zahara, este es el Palau de la Música Catalana. Las RRSS y sus stories ya nos habían avisado; esto no sería un concierto habitual, sería algo diferente. No nos haría saltar, pero es muy posible que sí nos hiciera llorar de la emoción que íbamos a sentir esa noche.
En esta gira tan especial para la cantante jienense, no podía haber escogido un escenario mejor en la Ciudad Condal. Un concierto de lo más exclusivo que prometía por delante dos horas en los que Zahara iba a confirmar el embrujo y el duende que tiene con el público de la capital catalana.
Este concierto fue una de las ocho citas en los que la artista oriunda de Jaén aparcó la gira de presentación de su último disco, Astronauta (G.O.Z.Z. Records, 2018), para deleitar al público con actuaciones más intimistas. Una Zahara más mágica que nunca, que cantó algunas de sus canciones más famosas, -y otras que ni siquiera se atreve a cantar por lo que le hacen sentir- pero con una cercanía en la actuación de esas que te llegan al alma, como tan bien sabe hacer ella. Y esta noche iba a demostrarlo.
Empezó como nadie esperaba, justo como iba a ser el resto del concierto, cantando directamente en el pasillo central de las gradas, surgiendo como un hada. A capella y guitarra en mano, dejando a todo el Palau en silencio y sin un ruido, más que el de su voz.
Una vez arriba, las luces mágicas iluminaban un escenario que junto a la voz de ella y las melodías que salían de los instrumentos, te transportaban a otro lugar donde todo era belleza. Y así, nuestra Zahara, acompañada por su banda, empezó la noche más bonita en Barcelona.
Con El Fango, ella era nuestra estrella, la que iluminaba todo el escenario. Casi como un truco de magia, los juegos de luces se sucedían canción tras canción para llevarnos cada vez más y más a ese mundo al que la voz de Zahara te transportaba.
Solo necesitó hablar en catalán para enamorar a los que aún no habían caído en el hechizo. Y ella también estaba hechizada, en comunión con el Palau, cuyas paredes y figuras parecían caer rendidos y acoger la bellísima voz de ella, el centro de esa noche.
La estrecha relación musical entre Zahara y Santi Balmes, tenía que florecer en la noche durante algún momento y así fue. Invitó a Víctor Valiente al escenario, para tocar una canción de Love of Lesbian a piano, el regalo inesperado de Zahara, entre otros, a su público.
Con canciones tan personales como De invierno, no fue un impedimento para que la cantante mostrara toda su energía al público cantando, con el habitual derroche de fuerza que la caracteriza.
Sentada en el escenario, rozando casi a las butacas de la primera fila, hipnotizó a todos con La Gracia. Nadie se querría ir esa noche y dejar de escuchar ese amor por la música que emanaba de la garganta de Zahara. Y menos aún cuando se puso a cantar entre el público, totalmente embrujado a estas alturas de la noche. Cada canción era en sí misma un viaje a lo más hermoso de la música indie en español, plasmada en la carrera de la artista, cada tema era una obra maestra.
Copa de vino en mano, como una auténtica diva, bebiendo mientras se dirigía al público para seguir con temas como su Guerra y paz, a dúo con Martí Perarnau. Construyendo momento tras momento para conseguir que esta noche pase a la historia.
Uno a uno, todos los miembros de la banda van dejando sola a Zahara, hasta dejarla a ella frente a frente con el público, sin más arma y defensa que su voz. ¿Y qué canción escogió para ese momento? Con las ganas, una de las más difíciles de tocar para la artista que, en este caso, sonó sentida e íntima como nunca. ¿Y qué paso? El aplauso más largo de la noche.
Siguió dando regalos, como una versión mucho más intensa, intimista y personal de su hit más reciente, La bestia cena en casa. Si la original ya es potente, esta fue simplemente mágica.
¿Quedaba alguien presente sin caer rendido? Para conseguirlo, con su banda completa de vuelta al escenario, iba llegando el momento de terminar el hechizo. Haciendo gala de su naturalidad tan habitual sobre el escenario, Zahara echó el resto para que la magia durase un poco más en la retina de los espectadores. Estos solo podían responder con silencios y aplausos, escuchando como la voz de ella los hipnotizaba hasta transportarlos al final de las casi dos horas de concierto.
Y llegó el turno de El frío, justo lo contrario a lo que suena en el estribillo de la canción, sí que hay un lugar al que querer regresar, y a partir de ahora siempre será noche en el Palau de la Música Catalana.
Y así, cargada de flores, aplausos, piropos y gente enamorada, es como se fue Zahara del concierto de esa noche. Una noche de invierno en la que la magia, fue real.