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18/10/2018Reconozco que este pasado día 15 de octubre, cuando vino Donavon Frankenreiter a la Razz2, no estaba ni en mi mejor forma ni en mi mejor estado de salud, cosa que dificultó seriamente hacer un buen trabajo, pero qué demonios, la vida está para sufrirla gozando.
Así pues, este se convirtió de casualidad en el primer concierto que he cubierto estando más grogui que consciente. Fue divertido, para qué nos vamos a engañar, y la tranquilidad del bolo ayudó a que no me estresara ni frustrara.
Si bien a Donavon le tenía pillada la pista desde hace unos 8 años, cuando alguien me descubrió la maravillosa «Glow«, se podría decir que fue el tema que le rompió los muros que los americanos se empeñan tanto en construir. Pero realmente, estos últimos años, casi ni me acordaba de quien era, hasta que un día, hace poco, me lo encontré anunciado por Barcelona. Obviamente no podía perder la ocasión de verle en directo.
Como deduciréis de este último párrafo, la mayoría de temas que tocó me eran desconocidos, aunque no se olvidó de sus clásicos, por supuesto. Y escuché por vez primera otros temazos suyos que merecen la pena.
Temas como por ejemplo «Your Heart» o «It Doesn’t Matter» fueron escuchados esa noche en la sala. Donavon se había traído a un colega que tocaba una especie de guitarra pequeña, una especie de ukelele que no es un ukelele, por no hablar de que él llevaba una de las guitarras más raras que he visto. Todavía no sé ni qué modelo es, en caso de descubrirlo actualizaré el artículo.
El asunto es que en medio de mi groguismo físico y psicológico, fui capaz de distinguir uno de sus grandes clásicos «Dance Like Nobody Is Watching» mientras veía a un folkero que tendría unos 55 años corear todos y cada uno de los versos de la canción. También en medio de dicho estado me pareció verle cierto parecido con un profesor de inglés americano que tuve, mientras cantaba «Shine«. Vaya que si brillaba la sala. Y os juro que esto si que no era flipada mía. O eso creo.
Me pasaron muchas cosas por la cabeza en este concierto, entre otras, como ya sabéis, a parte de escribir, en muchas ocasiones también me encargo del apartado fotográfico de los conciertos a los que voy, y como esta vez sólo estaba como redactor, mi cabeza decidió ponerse a hacer fotos a su bola, sin necesidad de cámara. Los fotógrafos entenderéis a lo que me refiero. Hay ocasiones en las que pillamos encuadres al vuelo.
Hacia el final del concierto tocó «Glow» y mi yo de 16 años fue feliz.
No negaré que podría haber disfrutado mucho más del concierto de haber estado en mejores condiciones físicas, y me cabrea, porque creo que esta crónica no hace justicia en absoluto a lo que se vio encima del escenario. Me cabrea más todavía el hecho de haber esperado tanto tiempo para luego ir en el estado en el que fui, pero un compromiso es un compromiso y hay que cumplirlo. Y yo tenía que cubrirlo.
Espero que el bueno de Frankenreiter vuelva a Barcelona, que yo lleve una cámara en la mano para entonces y que me lo pueda gozar entero y en condiciones. Cuando ese día llegue, os prometo una crónica de 1000 palabras como mínimo.
Entretanto, habrá que conformarse. Después de 5 años escribiendo sobre conciertos ya era raro que todavía no me hubiese pasado algo así.
Creedme que habrá redención.